Vistas de página en total

miércoles, 3 de agosto de 2011

Algo ha cambiado...


La mañana me despierta silenciosa, sin luz, sin calor, ni frío. Mis ojos con síntomas de haber estado sellados por un buen rato arden al ritmo de un parpadeo incrédulo. Me levanto y no logro escuchar la risa y las palabras ruidosas de mi familia, mi cuarto apesta a polvo y ni siquiera hallo la sinfonía del grillo que nunca he visto, pero que me aturde cada noche haciéndome creer que su música es la mera presencia de mi locura. Algo ha cambiado.

Los cuartos vacíos me propinan altos voltios de escalofríos. La casa parece abandonada y pareciera que mi familia salió apresurada, pues dejaron todo intacto incluso se olvidaron de algo sin importancia, de mi. La nevera solitaria, la cocina invadida en ratas. Abro la llave del lavamanos y solo brota una tos seca que se eclipsa con el sediento susurro de mi fatiga. Cierro los ojos y al abrirlos me encuentro al frente de mi casa, ¡Mi casa! Jajá ni un bloque, miro con incertidumbre aquella vereda que recuerdo concurrida por personas amables hipócritamente. Algo ha cambiado.

El cielo de la mañana me otorga un extraño aire irrespirable. Huele a nada, ese olor a soledad que lo envuelve todo y se lleva todo. Las casas vacías aumentan mi intriga y giro en dóciles pasos que me llevan de esquina a esquina intentando hallar algún indicio de lo que ha pasado. Avecaisa ha desaparecido, solo quedan rastros muertos y una planicie desolada. Aquel rio manzanares que nunca cambió su color de café con leche amargo se esfumó dejando solo botes destrozados, como comidos por algún desastre, si, definitivamente algo ha cambiado.

Siento una puñalada que me propina el miedo al pensar nuevamente en mi familia, en mis hijos y en las personas que amo. Camino hasta a la avenida perimetral y miro los autos unos encimas de otros, apilados como cadáveres sobre la carretera agrietada. Hago un giro veloz entre el miedo y el llanto buscando señales de vida, pero solo me encuentro con la triste imagen de que Cumaná ha desaparecido por completo. Camino como zombie drogado evitando caer en alguna de las grietas de la carretera y el sol irradia brillos extraños, quema mucho que antes y siento que me prendo en llamas. Maldita sea, algo ha cambiado.

Llego hasta el esqueleto del Centro Comercial Marina Plaza y me adentro hasta un local donde solían vender comida y halló entre la podredumbre algunos refrescos sellados, destapo uno y su olor me da un abrazo diciéndome que puedo beber de él, bebo unos cuantos sorbos y en vez de darme fuerzas me atosiga mucho más. Tengo hambre y calmo mis nervios y el miedo que me acecha comiendo algunos fragmentos de las uñas de los dedos de mis manos como si aquello fuera a hacer sintonía con los rugidos de mi estomago mientras pienso en aquella película de will smith "Soy Leyenda" y en como la gente se convirtió en un especie de depravados sexuales . Algo ha cambiado.

Deambulo cual ignorante que lee libros de filosofía. Me encuentro en el centro de la ciudad, la avenida Bermúdez y la avenida Mariño ahora son una sola, una maqueta de edificios destruidos y ropas flotando en el aire. Encuentro miles de panfletos donde leo con asco lo siguiente: “El cielo se caerá a pedazos, el sol quemará todo, dios es justo porque es preferible que él nos extermine a que nos matemos nosotros mismos”. Me refugio en el local donde se suponía quedaba express mall, la entrada ha sido destrozada y su interior devastado como por una ola de personas que buscaban comida. No hallo comida solo una botella de licor para mezclar y no pudo ser otra que una de las peores “Greco” la miro con recelo y me digo a mi mismo: Prefiero morir quemado por los rayos del sol o comido por una bandada de caníbales que tomarme un trago de esta porquería. ¿A dónde fueron todos? Ya no tengo dudas para decir que algo ha cambiado.

Me subo a una parte que quedo intacta del edificio del antiguo cada de la perimetral a otear con tranquilidad los restos de Cumaná, la ciudad que no ame con toda mi alma, pero en la que he vivido mis mejores momentos. Desde allí y agonizante me doy cuenta que todo es un desierto, sin agua, sin comida, sin voces, sin tráfico, sin gente caminando solo por caminar, sin mar, sin amor. Lloro desesperado, porque extraño a todos los que habitan y habitaran por siempre en las cuevas de mi corazón. Pero me pregunto con cierto odio ¿Porqué no desaparecí también yo? La respuesta es simple, porque no merecía la muerte y no por ser alguien especial sino porque era justo y necesario que sufriera y sintiera los mordiscos de la soledad, de la necesidad de estar en el calor de los que amo. Me levanto y salto sin pensar hacia el vació deseando que al llegar al piso el dolor sea un beso dulce de la muerte, pero impacto contra la carretera y nada pasa, me sorprendo y digo: ¡Vaya ahora resulta que tengo súper poderes! No, no es eso, es solo que no podre morir intentando suicidarme porque será la soledad, la desidia y la falta de amor quienes acabaran consumiéndome en la vejez, volviéndome un viejo con remordimientos y arrepentimientos que me comerán el alma por siempre.

Regreso hasta aquella casa que me vio crecer en edad no en tamaño y me acuesto sobre mi cama y su sonido rechinante, el polvo y el olor a pasado, cierro los ojos y dejo que el sueño se apodere de mi, despierto sentado en la oficina de mi trabajo oyendo las quejas de una señora que no conozco. Algo ha cambiado y no es Cumaná, ni el mundo, soy yo quien ha despilfarrado en grandes dosis infantiles mi forma de vivir.

Leidequer Duben

1 comentario: