La voz de la muerte se pasea lento entre los que lloran a un familiar que acaba de ser vencido en su lucha por mantener el último respiro. Los avatares del destino son tan frágiles ante el más sublime suspiro de muerte que reclama con su extrema carpanta los destellos del alma. Reuniones de personas conocidas que no se conocen en realidad forjan un círculo de sentimientos que no gotean a base de ficción, que se calcinan a base de dolor.
La catarsis atenúa con cierto sigilo el aire que se adorna con el aroma inconfundible de las coronas que son llevadas por amigos y familiares para darle un poco de brillo y contraste a la opaca aura del pequeño cuarto donde velan al difunto o difunta. El llanto se come los rostros jóvenes volviéndolos viejos y los de los ancianos sencillamente los hace desaparecer en un solo bocado de rabia y excitación por el sufrimiento ajeno.
Se ve con desdicha e intentando no guardar imagen alguna los abrazos fuertes entre hermanos, hijos, padres, pues con odio aceptan el despegue eterno de su familiar. Ya no hay cabida para arrepentimientos ni tiempo para perdones, solo quedan las voces quebradas en quejidos que no llegaran a ser escuchados por el cadáver, ni quizás por el alma. El olor del café intenta persuadir con picardía y gentileza el miedo a olvidar.
Un desfile de ropa oscura acciona la sirena de que todo aquello es real y que hay una persona que en espíritu voló y en cuerpo será enterrado hasta que sea parte de la tierra. Se ve asomarse vacilante el auto que llevará el féretro hasta su destino, ese auto que brinda el último paseo al viajero eterno el cual no tiene derecho a regresar. No hay sol que queme, ni lluvia que confunda las lágrimas, ni risa falsa, ni tristeza fingida.
La incongruencia del tiempo deja rastros escritos con miedo en el lugar donde será sepultado el cadaver vacio, todos comienzan a abordar el espacio apretándolo fuerte hasta hacerlo más pequeño, tan pequeño que no alcanza el aire que se esfuma en gritos de dolor y suplicas a Dios. Los guardianes del cementerio actuan sincronizadamente al bajar el féretro hasta el abismo mientras las lágrimas rebotan en la tierra y el cesped oxidado. Ya no hay consuelo, ni pasos atrás, solo odio hacia la vida y asco hacia la muerte.
La muerte siempre saldrá triunfadora... En la batalla contra ella nadie gana, solo en su cinismo cruel te da tiempo creyendo que la venciste, pero no estamos tan preparados para entender que solo te dio un aliento para hacerte sufrir mas. Larga vida a la almas de nuestros familiares que partieron antes.
Leidequer Duben
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