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lunes, 19 de septiembre de 2011

Calle Paranoia...



Intento reflejarme en la voz de mi mente evitando que se apague el sonido de los labios de la otra mitad de mi alma al besar, camino perdido en laberintos ficticios que propagan el viento que exhalo cuando permanezco mudo, me desequilibro al voltear por inercia mi mirada a rostros desconocidos y encontrarme igual que ayer y con una pena brillando sin cesar, una pena de la que son cautivos mis deseos, los mismos que se convierten en pasión llevándome al punto donde solo queda mi alma sin esencia y mi vida huesuda.

Me siento en la silla de mi pasado y no denomino mi forma abstracta de quien era, de quien fui y no hallo la percepción exacta de quién soy y de que estoy formado. Senderos de fuego se abren a mi paso, escucho crepitar mis miedos esfumándose mi fuerza hacia lugares que no siento, que no veo. Pretendo ser alguien más, pero ni siquiera puedo ser yo mismo, el mismo que respira un aire contaminado por sus palabras, por sus maldiciones constantes y por la soledad que está allí acechándome, invitándome al exilio del sufrimiento.

Cada vez el tiempo pesa más que antes, pues en él se han aglomerado millones de mis suspiros que no van a ningún lado, millones de sensaciones que no vienen de ninguna parte. Cada vez siento más cerca la mano del olvido, ese olvido que me ha amputado las ganas de vivir en sintonía con el mundo, en conexión con mi otra mitad. Cada vez se revuelven en un mar pequeño los latidos de mis puntos vista, las emociones de mis preguntas.

La tristeza intenta disuadirme del camino real que me llevara al santo sepulcro del lado sucio de mi espíritu. Ya no se palpa igual mi reflejo en el agua, he perdido la voluntad y el derecho de ser normal, de ser una parte perfecta del rompecabezas del universo. Las creencias se han vuelto un puñado de polvo en los ojos, las virtudes se han congelado por el crecimiento de los defectos, la razón se ha descontextualizado por culpa de la mala praxis de su ente físico como tal, los valores que una vez fueron engranajes importantes en mi rutina desaparecieron por la presencia de tanta inmadurez, de tanta expulsión de basura por la boca.

Cavilo en algo que no tiene gracia, pies, ni cabeza, pero que pretende formar deslices extraños en mi piel como si quisiera marcar algún mensaje que me sirva al final de esta calle llamada paranoia. Visiones fatídicas me hacen querer vivir un mundo anacrónico, por temor no a la evolución misma, sino al exterminio total de las almas.

LEIDEQUER DUBEN.

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